sábado, 21 de julio de 2012

Al menos los abuelos vuelven a recuperar a su familia...aunque sea por la paga!

Familias que integran a los abuelos

 
La naturaleza ha dotado a los seres humanos del único sistema nervioso con conciencia del envejecimiento. Este irreversible proceso sólo explica un mínimo porcentaje de los cambios que registra el organismo, confirmando que, en un plano más profundo, el cuerpo carece de edad y, la mente, de tiempo, en palabras de Deepak Chopra, reconocido médico y escritor indio.
Según postula, cualquier teoría puramente física del envejecimiento resulta incompleta. Es sabido que no hay una curva normal de envejecimiento que se aplique a todos y esto es así porque el deterioro que traen los años no obedece solamente a leyes simples.
En las últimas décadas, la ciencia verificó que el envejecimiento depende de cada individuo en un grado mayor al imaginado. Nuestras células escuchan a nuestros pensamientos, hay un correlato químico en el proceso y es por eso que la falta de esperanza, por ejemplo, aumenta los riesgos y acorta la vida.
Antes del siglo XX, sólo una de cada diez personas llegaba a los 65 años. Según el censo de 2010, el 10 por ciento de la población argentina supera los 65 años, mientras que en la ciudad de Buenos Aires ese porcentaje se eleva al 16,4%. Con el aumento de la expectativa de vida y el envejecimiento poblacional no sorprende que la ONU asegure que los adultos mayores desempeñarán un papel cada vez más destacado en el futuro.
En la Argentina, de los 100.000 adultos que superan los 80 años, muchos no están en condiciones de vivir de forma autónoma por distintos motivos. Según datos de la encuesta a adultos mayores realizada por la Dirección Nacional de Tercera Edad, el 40 por ciento de ellos convive con familiares de otra generación y sólo el 3% está alojado en instituciones geriátricas u hospitales.
Así como en las culturas orientales los ancianos ocupan un sitial de privilegio y gozan del respeto social, en la nuestra, lejos de valorarlos tendemos a asignarles un lugar marginal ligado al olvido y a la subestimación de sus capacidades que poco contribuye al desarrollo de las enormes potencialidades que los años otorgan y que, tal como referíamos anteriormente, pueden mejorar notablemente la calidad y duración de la vida.
Es sabido que los vergonzosos haberes jubilatorios al cabo de una vida de trabajo convierten a muchos hijos en el sostén económico de sus padres. El suplemento Comunidad que LA NACION publicó en enero último rescató el ejemplo de familias que optaron, por esta u otras razones, por reunir a tres generaciones bajo el mismo techo (abuelos, padres y nietos) con resultados muy satisfactorios.
El abuelo encarna la historia y la genealogía familiar, opera como transmisor de vivencias y costumbres de épocas pasadas cuya riqueza se perdería irremediablemente sin su participación directa en la formación de las jóvenes generaciones. De igual forma, es la juventud con su entusiasmo y vitalidad la que estimula a los mayores a mantenerse activos, muchas veces haciéndolos depositarios de tareas y cuidados en el hogar familiar, las que contribuyen enormemente a la economía doméstica. Pensemos si no en cuántos abuelos quedan a cargo de sus nietos menores cuando los hijos salen a trabajar, cuántos los retiran del colegio y los ayudan con sus obligaciones escolares, supliendo con efectividad a los padres durante muchas horas del día y dejando una afectuosa impronta que el tiempo torna inolvidable cuando ellos ya no están.
El sistema de valores que nos rige se vería notablemente enriquecido si pudiéramos contribuir a superar la tan absurda como falsa polaridad juventud-ancianidad para potenciar las sinergias que, rescatando el pasado, nos proyecten hacia un futuro de manera más sólida. El ejemplo de las familias que integran a tres generaciones es un paso importante en esa dirección. Celebrémoslo..

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