El saber
Mª Nuria Ferrer-Chinchilla
La imagen del sabio de antaño ha desaparecido. El experto se centra en cosas
cada vez más específicas y complejas. Nos encerramos a mirar aspectos tan
concretos que olvidamos la visión global del mundo. Cada cual se aísla en su célula y
cree conocer el universo entero por haber profundizado mucho en algo. Se dice que
centrándonos en estudiar muy a fondo una mosca, comprenderemos el universo
entero. Yo no estoy del todo de acuerdo. Sí que es verdad que conocer cosas tan
detalladas y precisas nos permite enfrascarnos en la magnificencia de la Creación,
pero sólo con esos detalles microscópicos no vislumbramos el mundo o, al menos, no
lo hacemos desde la perspectiva correcta.
Amplitud de miras: eso es lo que necesita nuestro entorno, ya que podemos
olvidarnos de lo que escapa al asunto que tenemos entre manos. Sin una mente
abierta y generalizada, perdemos la capacidad de comunicarnos. ¿Cómo hablar con el
prójimo si los dos nos expresamos con lenguajes técnicos diferentes? Es necesario
que cada uno capte la realidad desde su punto de mira, pero sin olvidar que existen
muchos otros desde los cuales debemos comprender la misma y única realidad.
Todos ansiamos llegar a la verdad aunque no seamos plenamente conscientes
de ello. Y la Verdad es una, y uno no se la encuentra obcecado en una realidad
minúscula. Hay que salir de allí y contemplar la cantidad de cosas bellas que nos
rodean. Es cierto que cada uno encontrará la verdad desde su camino concreto, no lo
haremos todos de igual modo, ya que entonces no nos daríamos cuenta de haberla
hallado. Es un encuentro casual en que se nos aparece clara y distinta, no si antes no
le hemos preparado un lugar en nuestro yo donde pueda morar.
Por otro lado, bien es cierto que no podemos contentarnos con el encuentro de
cada uno con la verdad en algún momento, sino que debemos continuar creando
ciencia, como afirma Peirce. Y es por ello necesaria la repartición de los campos del
saber, además de las esferas que todos debemos conocer y defender. Los primeros
son muy específicos y somos incapaces de abarcarlos por completo, así que nos los
repartimos. Es un compromiso que aceptamos inconscientemente y por el que
luchamos como humanidad. Todos vamos en el mismo barco, pero cada uno se
encarga de tareas diferentes y conoce cosas más o menos técnicas para que siga
navegando la nave. Todos confían en el resto, en que estén cumpliendo su deber:
alimentar las calderas, llevar el timón, prevenir de posibles amenazas, preparar la
comida, coger lo necesario en cada puerto para sobrevivir… Si alguno deja de cumplir,
traiciona a los demás. Lo mismo pasa hoy en día con el gran barco del saber, también
los que no investigan propiamente se encargan de que flote: los bibliotecarios, los que
limpian, los que contestan las estadísticas de Salud Pública, los que crean redes como
Internet para facilitar la tarea… Todos colaboramos de algún modo o nos estamos
preparando para ello.
Volviendo al ámbito de aquello que todos debemos conocer: la filosofía, en su
versión reducida y aplicada al hombre, la antropología. No todo el mundo puede
profundizar en la filosofía, ya que hay que subsistir también materialmente y cubrir las
necesidades más básicas; se necesita gente dedicada a la agricultura, a la medicina, a
la arquitectura… Pero una forma concreta de fomentar el conocimiento del ser humano
como tal es con la asignatura de Antropología, como se hace en las diversas
facultades de la Universidad de Navarra. Es un saber tan básico como necesario.
¿Cómo vas a construir hogares para personas, si no entiendes lo que es una persona
en sí? ¿Cómo vas a tratar a un paciente olvidando que es un ser humano? La gente
más técnica y materialista opina que el cubrir estas necesidades hará que nos
descentremos del propósito mismo de curar o construir. ¡Qué obcecados están! En el
caso de la medicina, somos incapaces de curar a alguien si no le sanamos también
psíquica y espiritualmente por no entenderle o por despreocuparnos de él como
persona y verlo como una simple enfermedad que curar.
El ser humano ha sido creado para vivir en comunidad. Cada cual tiene unos
intereses distintos con los que podrá servir al resto. Es preciso que sepamos para qué
valemos y cuál es nuestro lugar en ese barco. De este modo llegaremos seguro al
océano de la verdad, donde podremos reposar para siempre en sus fantásticas islas
según nuestras preferencias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario