eL día había amanecido nublado pero, de repente, salió el sol. El sol que se empeñó en salir entre las nubes tenía primero voz y sonaba en algún lugar de la casa donde estaba encendida la radio. Una voz -con una tonalidad al tiempo cálida y convincente- que invitaba a ser escuchada.
Luego, el sol tenía una historia: la de una mujer periodista dispuesta a arriesgar su vida por defender la de otros. No una mujer heroína. No una mujer dura, de acción, que pudiera protagonizar un cómic manga o una superproducción en 3D. Tan sólo una mujer en la treintena consciente de que el periodismo puede servir para denunciar la injusticia; para reflejar la realidad, para no ser el eco de las verdades oficiales que la enmascaran; para dar voz a los que silencia el poder -sea el poder institucional corrupto, el poder del crimen o el poder del miedo que imponen ambos-; para que no se olviden los muertos y los desaparecidos. A medida que escuchaba su historia (y me daba cuenta de que no era la primera vez que sabía de ella) tuve que parar lo que estaba haciendo. Hay cosas en la vida que es imposible escuchar mientras se hace otra cosa. Y algo parecido debían de estar sintiendo los periodistas que la acompañaban, que no querían ni robarle un minuto a sus palabras con preguntas, por una vez, innecesarias.
Sí. Hablo de Judith Torrea de Ciudad Juárez que esta semana volvió a España (en realidad su país natal) para recibir el premio Ortega y Gasset de Periodismo por un blog (Ciudad Juárez, en la sombra del narcotráfico) que cuenta lo que nadie se atreve a contar. Ella vive donde nadie se atreve a vivir, en la ciudad donde la muerte ya ni siquiera es noticia y donde todos los crímenes parecen encontrar asiento seguro. Y ella hace que me sienta orgullosa de ser periodista.
Los que siguen esta columna me leen a veces decepcionada y escéptica sobre el estado de la profesión. Sobre la falta de adecuada formación de los profesionales, sobre la prisa y la superficialidad, sobre la mediocre homogeneidad, sobre la confusión entre lo que es y debe seguir siendo periodismo y lo que no es más que propaganda interesada, sobre la pereza y la inutilidad... Y entonces sale el sol y piensas que no todo es tan estéril y que puede ser aún un privilegio pertenecer a este oficio.
Lo pensé también la semana pasada cuanto tuve la oportunidad de entrevistar y luego compartir unas horas con Sami Naïr, a quien Judith ha desplazado del titular de esta columna. ¡Qué descanso entrevistar a alguien que sí tiene algo propio que decir! Que expresa un pensamiento apoyado en el estudio, la reflexión y la inteligente observación, que no trata de imponer criterios y que tan de pleno acertó en la predicción que hizo a los periodistas que le escuchábamos sobre los ataques de los mercados financieros a España.
Lástima que personas como Sami Naïr, Federico Mayor Zaragoza (en los medios con motivo de un encuentro religioso en Córdoba) y la propia Judith apenas sean noticia por unas horas. ¡Qué rápido son desplazados por el 'más de lo mismo' en que se ha convertido el mercado informativo! Quizá por eso... Porque también es un mercado.
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