Zapatero y su lucha contra el déficit
Publicado el 15-04-2010 , por Gabriel Calzada
Las contundentes declaraciones de Zapatero a Financial Times, admitiendo que España tiene que reducir el déficit público "cueste lo que cueste", suponen una importante decisión política. Afirmar que se va a reducir el déficit está muy bien.
Afirmarlo con contundencia en un medio internacional está aún mejor, porque le compromete. Claro que mejor sería que especificara más su plan y todavía mejor que no hubiera recurrido al déficit en primera instancia. Pero estamos donde estamos y lo peor que podría pasarnos es que Zapatero siguiera empeñado en salir de la recesión recurriendo al incremento del gasto público.
Para tener éxito en esta nueva política sería conveniente reconocer que el déficit que tenemos no cayó del cielo. Hace un año, Zapatero decía que “la única manera de recuperar, de mantener el empleo y de salir hacia adelante” era mediante un fuerte aumento del gasto público con “el dinero de todos los ciudadanos” que, según decía el presidente, “para eso está”. Así fue como el presidente creó la amenaza que ahora trata de eliminar.
El grave problema que tenemos hoy se debe a que Zapatero creyó que la teoría keynesiana era la solución para la crisis. Keynes dio a los políticos intervencionistas lo que estos más podían desear. Formuló una teoría según la cual la solución a las recesiones pasan por agrandar el poder y el tamaño del Estado. Según el economista británico, ante una situación de desempleo, lo que la economía necesita es más consumo y tipo de interés bajos que animen la inversión.
Sin embargo, Keynes se olvida de lo más elemental: para poder comprar hay que producir primero, para producir hay que invertir y para poder invertir es necesario ahorrar. Lo que no se puede hacer indefinidamente es consumir más sin ahorrar. Eso es lo que hemos estado haciendo durante años y cuando los particulares se han dado cuenta de que esa alocada práctica les había puesto en una situación de endeudamiento e iliquidez insostenible, han empezado a ahorrar.
Pero Zapatero y otros líderes políticos, armados con la teoría keynesiana, decidieron llevarle la contraria a la ciudadanía y gastar a través del Estado y por cuenta del contribuyente lo que la gente había dejado de gastar (y mucho más), endeudando así a los pagadores de impuestos, a sus hijos y a sus nietos. La idea no podía ser más absurda. Lo que la situación exigía para poder volver a los niveles de consumo pasados era ahorrar para sostener las inversiones viables y permitir la recapitalización y reestructuración de muchas empresas.
Por el contrario, el elegido recurso al déficit público es una medida cortoplacista que persigue suplantar la demanda desaparecida (vinculada a unos niveles crediticios insostenibles) con el fin de consolidar sectores sobredimensionados, precios y salarios a niveles que son inviables. Para colmo, los trabajos creados artificialmente con cargo al gasto público son temporales, porque desaparecen en cuanto cesa la inyección de fondos públicos, y de escasa productividad, porque carecen de demanda real de la economía productiva.
Socializar las pérdidas
De esta manera, el Gobierno ha impedido el sano proceso de reestructuración y ha bloqueado el flujo de crédito a las empresas viables, porque los bancos prefieren dedicar sus recursos a comprar papel del Estado. Con el alocado incremento del déficit público, el Gobierno perjudicó a los más débiles, al provocar la destrucción de empleos viables en sectores sostenibles, exacerbando la sequía crediticia y detrayendo coactivamente –vía impuestos– parte de los escasos recursos con los que contaba el sector privado para salir adelante. El disparate ha sido mayúsculo y sólo ha servido para que Zapatero socialice las pérdidas de las grandes empresas cercanas al poder.
Asimismo, el incremento significativo de la deuda pública ha puesto en una situación delicada el crédito del Estado a medio plazo. De este modo, al aumentar la prima de riesgo, ha encarecido el coste financiero de todo el dinero tomado en préstamo y ha ayudado a socavar la estabilidad del euro.
Estaríamos infinitamente mejor si el Gobierno no hubiese creído la falacia keynesiana. Pero una vez aquí, lo mejor será rectificar mediante la reducción contundente y rápida del gasto público. Lo peor de la declaración de Zapatero a Financial Times es que afirma estar dispuesto a reducir el déficit “cueste lo que cueste”. En economía, nada debe hacerse a cualquier coste. Reducir el déficit con cargo a subidas de impuestos podría causar una asfixia del tejido productivo y de las familias que ahonde y eternice la recesión.
La solución sigue estando donde siempre estuvo; lejos, por cierto, de las políticas keynesianas. Necesitamos una política contra el déficit público que ayude a las familias y a todos los españoles a salir de la crisis. Esta política debe concentrarse en la reducción del gasto público y de impuestos que merman las posibilidades de recuperación (e, irónicamente, de recaudación), así como en la eliminación de las restricciones al trabajo, al ahorro y a la inversión. Zapatero ha dejado claro que va a cambiar de política. Ahora sólo le falta hacerlo bien.
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