La violencia está empapando todo el
conflicto minero y de transportistas, entre otros. Más de lo que suele hacerlo
en la mayor parte de las manifestaciones o huelgas en España en los últimos
años.
Jamás he estado a favor de la
violencia. Aunque persiga un fin necesario y noble. Siempre he creido que
pierdes toda la razón cuando intentas conseguir por la fuerza lo que crees
justo. Pero comprendo aunque jamás lo pueda llegar a hacerlo del todo (no estoy
en su situación) que la desesperación, el instinto de supervivencia (tuyo, el de
tu familia el de tus hijos) pueda llegar a desembocar en todo esto que está
ocurriendo.
Parece que los que dirigen nuestras
vidas y nuestro futuro (ese que nos niegan) no nos dejan más salidas que
rebelarnos, dejar de pedir que nos dejen vivir de forma pacífica y por las
buenas. No nos están dejando más salida (a algunos sectores, de forma más
agresiva) que obligarnos a defendernos ante tantos ataques, tanto recorte, tanta
violencia que supone dejarnos sin medios para poder siquiera sobrevivir, sin
esperanza, sin ilusión.
Eso también es violencia. Nos están
atacando desde hace varios años, amparados en nuestra persecución de la paz como
motor que nos diferencia de los asesinos, de los dictadores. Y desde hace varios
años estamos intentando resistir esos golpes, procurando no ponernos a su
altura, intentando otras vías: la palabra, la manifestación pacífica, la
petición de cambios por vías legales.
Pero llega un momento en que te
acorralan de tal manera que no te dejan más opción que defenderte respondiendo
al ataque con otro ataque.
El Estado que se supone debe
defender al ciudadano es precisamente el que intenta reducirlo, quitarle todo lo
que tiene, hasta su dignidad. Convertirlo en un esclavo. En cierto modo, a día
de hoy, lo somos en muchos aspectos. Pagamos impuestos con lo que suponen 20
años de nuestro trabajo para finalmente financiar nuestras cadenas, nuestra
propia tortura y asesinato en muchos casos (en formas muy dispares, como el
suicidio, el desahucio de familias que deberán dormir esta noche en la calle, de
abuelos que mueren solos y anémicos en cualquier cajero automático sin que nadie
se de cuenta).
Nos condenan (los gobiernos, los
mercados) al miedo, a la inseguridad, a la violencia. Nos condenan a creer que
no hay futuro para nosotros y que estamos condenados. Nos manipulan para que
estallemos y así puedan ejercer todas sus armas de represión que tendrían
legitimidad (o eso argumentarían) si estallan conflictos violentos en todo el
país.
Tenemos que ser más listos. Por
nuestra propia seguridad. Por nuestro propio futuro.
Hay algo que funcionaría mejor, y
pacífica. No me cansaré de repetirlo. Debemos dejar de financiar nuestra propia
tumba. El poder que tienen es gracias a nuestro dinero. Financiamos a los
terroristas que nos ponen la soga al cuello a diario. Quizá debiéramos tomarnos
en serio el hecho de cortar todo el suministro.
No pagar impuestos es la medida de
presión que más daño les hará. Les debilitará. Y les recordará que nosotros
mandamos y ellos obedecen. Si no van a protegernos ni a asegurarnos derechos
básicos a cambio de nuestros impuestos, dejaremos de regalárselo para sus
viajes, sus dietas, sus sueldos e indemnizaciones o pensiones indecentes, sus
privilegios.
Desobediencia civil.
#sinderechosnopagoimpuestos
Ahora sólo falta que cada uno ponga
de su parte para convencer a cuanta más gente mejor, de que si lo hacemos todos,
con tiempo recuperamos nuestra vida, nuestro trabajo, nuestra casa. Nuestra
dignidad.
Y la
esperanza.
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Regina Camps www.invitameavivir.blogspot.com
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