lunes, 30 de agosto de 2010

CUIDADO CON LA COMIDA BARATA...A VECES ES A COSTA DE LA SALUD!


Madrid
Bocatas chinos, de la basura al paladar
En papeleras, alcantarillas y bajo los coches. Ahí esconden la comida los vendedores ilegales... Y luego la venden
CARLOS HIDALGO
Día 29/08/2010

fOTOS: jOSÉ ALFONSO
Gran Vía y calles aledañas




No hay trato. Los jóvenes, ya en avanzado estado de embriaguez, que intentan que el comerciante chino les haga una rebaja a pie de calle de Fuencarral lo llevan claro. Aquí no se fía. Estos vendedores ilegales de cervezas, refrescos, tallarines, bocadillos, chocolatinas y lo que haga falta se saben bien el negocio. Hay tantos como esquinas tiene la Gran Vía. En una acera y en la otra. Y no hay quien les mueva de allí. Porque, si la imagen de asiáticos con el tenderete improvisado sobre una caja de cartón y unas bolsas con todo tipo de «alimentos» es típica en el centro, desde hace tiempo, ahora es inevitable.
«Esto está desmadrado —confiesan fuentes policiales—. Si antes había 30 o 40, ahora son el doble. Uno en cada esquina y parada de Metro. Hemos empezado a incrementar la presión contra ellos, porque ya es insufrible». Efectivamente, son las dos de la madrugada en la Gran Vía, esa avenida que tiene un siglo de sueño atrasado, que lleva cien años sin dormir. De pronto, la calle se convierte en lo más parecido a la San Silvestre vallecana: asiáticos corriendo, bolsas en mano, de un lado para otro y metiéndose donde pueden... Y un coche de la Policía Municipal por la acera. «Esto es así todas las noches. Cuando les cogen los agentes, les quitan las bolsas, pero al rato están de nuevo por aquí», explica un vigilante de seguridad de la zona.
Efectivamente, cualquier recoveco sirve a estos piratas de la comida basura para esconder su mercancía: alcantarillas, contenedores de basura, los bajos de los coches... Incluso las papeleras, de las que tienen hasta las llaves. Cuando la presencia policial aminora, sacan de ahí los bocatas y tallarines y van directos a su «expositor» de cartón; directos, por lo tanto, a la boca y el estómago de sus numerosos clientes.
La eclosión de esta actividad sumergida llegó hace unos seis meses y la razón, explican nuestras fuentes, es la crisis económica. «Ahora, la gente joven sobre todo no tiene dinero para pagarse varias copas, por lo que abonan la entrada de una discoteca, consumen la bebida que va incluida en el precio y, cuando quieren más alcohol, les sellan los porteros la mano, le compran una cerveza al chino de turno, y otra vez a bailar», indican en la Policía.
Esta es la tónica, muy especialmente, en la zona norte del distrito de Centro, aquella que va desde aproximadamente la Puerta del Sol a los bulevares. Si a eso de las diez de la noche comienza a colocarse cada uno en su esquina, cuando llegan las doce, «acampan» en las inmediaciones de los templos de la noche como Pachá y But (en la plaza de Barceló), Joy Eslava y Palacio de Gaviria (calle del Arenal) o los bares de Chueca y Malasaña. «Se conocen a la perfección los horarios de apertura y entrada de estos sitios», nos indican, pese a que la legislación madrileña prohíbe el consumo de alcohol en la vía pública y su venta a partir de las diez de la noche.
Hasta la Castellana
Quienes saben bien de lo que va este tinglado insisten en que antes era algo «puntual, cuando había festejos especiales» y que «ahora es a diario». De domingo a domingo. Y detrás hay mafias, cómo no. Las más silenciosas. «La comida la preparan en pisos. Se han agrupado, y ahora viven diez en una misma casa y lo hacen todo en una cocina», denuncian.
La «prueba de fuego» tuvo lugar el pasado 22 de mayo, cuando se celebró en el Santiago Bernabéu la final de la Liga de Campeones. Aquello fue el despiporre, con vendedores asiáticos por todo el distrito de Centro, pero también en el paseo de la Castellana. «Aquella noche —aseguran fuentes policiales— había más de cien comerciantes asiáticos e ilegales vendiendo».
El problema con el que se encuentra la Policía Municipal en muchos casos es que sólo pueden abrir un expediente administrativo por ocupación de la vía pública. Además, ahora, casi todos son residentes. Antes, cuando estaban en situación irregular en España, no hablaban nada de nuestro idioma. O eso decían, claro. «Te tirabas cuatro o cinco horas tomándole declaración a uno de ellos», recuerda un agente.
Y, ahora, también bengalíes
Mientras, la particular lucha por el territorio continúa en el corazón de la ciudad. No hay quien se atreva a quitarle su esquina a otro. «Y cuidadito con el que lo haga, que se le echan encima». Son pacíficos, sí, hasta que les tocan el dinero. Cuando algún jovencillo intenta robarles, «le apalean».
El negocio debe de valer la pena, porque por la zona de Sol ya empieza a verse a bengalíes con su particular mochila o bolsa de plástico llena de latas y bocadillos de pan del mes pasado. Los que antes se dedicaban a vender CD y DVD piratas se han pasado a esta manera de hacer dinero, aunque en esta zona la clientela es algo distinta. A los jóvenes que entran y salen de las discotecas se suman chaperos, prostitutas y toxicómanos, ese singular paisanaje del lumpen madrileño.
Platos cocinados en el suelo
El desmantelamiento de una cocina ilegal en Puente de Vallecas mostró hace unos meses las condiciones totalmente insalubres en las que se elabora ese tipo de comida. Era un local de 140 metros cuadrados, amplio, que hacía las veces de almacén, cocina y domicilio. Dentro, siete personas de nacionalidad ecuatoriana se las apañaban para cocinar platos sobre mesas, suelo, cubetas y recipientes totalmente infectos.
«El tufo era insoportable —explicó una vecina del inmueble—. Yo sospechaba que se dedicaban a algo de esto, porque no paraban de traer cajas y de sacar cubos llenos».
Tanto era así, que la espita que provocó la actuación policial no fue otra que el nauseabundo olor que tenía mareados a los vecinos. «En nuestro país —reconocía una de las implicadas en el fraudulento negocio—, esto es normal. Aquí es la única forma de ganarnos la vida».
Los productos los guardaban en grandes ollas y cubos, para venderlas a otros ecuatorianos que pasan el día en el parque de Pradolongo (Usera) y en la Casa de Campo. Llegaban a colocar hasta mil raciones por jornada, lo que les repercutía económicamente de manera poderosa. Sacaban miles de euros cada fin de semana.

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