LA INGRATITUD DE LOS HIJOS Y LOS LAZOS DE FAMILIA
En la clase de mundo en el que vivimos, es muy normal que sean con nosotros ingratos, igual que nosotros los somos también.
Cuando estamos viviendo como hijos, en la mayoría de las veces, resultamos ser hijos ingratos, egoístas, rebeldes y perezosos. Pero no olvidemos que traer un hijo a la Tierra, es un compromiso hecho antes de reencarnar, con todo lo que eso conlleva.
Depende mucho de la educación que a nuestros hijos demos. Porque ante Dios seremos los padres vistos como irresponsables, egoístas e indiferentes, al no darles a nuestros hijos los valores morales que son tan necesarios en los días actuales. Para que nos quieran y obedezcan, entra el juego del chantaje emocional o la ignorancia; veamos esto. Para que nuestros hijos no nos causen problemas lo solucionamos con darle todos los caprichos: el niño estará contento y dará menos problemas. Para que nos quieran, idem de lo mismo; el niño abre la boca exigiendo algo, y automáticamente, es satisfecho su capricho, y así nos aseguramos de que nos “quieren”, tonto engaño, porque nuestros hijos no nos van a querer más por darles más caprichos.
Por esas razones y más que hay, no enseñamos a nuestros hijos a ser agradecidos, no sólo con nosotros, sino con los demás. Es de bien nacido ser agradecido, dice el refrán.
La ingratitud es uno de los hijos del egoísmo, que tiene muchos hijos. Cuando desencarnamos, seguimos siendo los mismos, pero nuestra conducta, tarde más o menos, se nos presentará con total lucidez, y será la conciencia la que nos cause dolor y arrepentimiento, por habernos comportados indiferentes a las Leyes de Dios; como padres o hijos ingratos. Cuando veamos el sufrimiento que causamos a nuestros padres, dejándoles en una Residencia de ancianos, en contra de su voluntad, porque no hay espacio para él en nuestra casa, porque no queremos más cargas de las que tenemos y muchas más razones, lloraremos lágrimas muy amargas de remordimientos, por nuestra falta de caridad y gratitud hacia aquellos que nos dieron la vida y todo lo que pudieron. Aquellos que estuvieron a nuestro lado, las noches en que no podíamos dormir por estar enfermos, por tener pesadillas, etc. Sólo cuando tengamos suficiente lucidez nos daremos cuenta de lo torpes y egoístas que fuimos con los seres que más nos quisieron, y al tiempo, comprenderemos que tendremos que prepararnos para reencarnar con un programa de educación.
No olvidemos que, entre nuestros hijos o familiares, están a nuestro lado algunos de los enemigos del pasado, que muchos no llegaron a superar su odio y sed de venganza, y los podemos ver abandonando a sus hijos, o los hijos a los padres, al punto de causarles sufrimientos y la muerte. Sólo si aceptamos las explicaciones de la Doctrina, podremos comprender porqué suceden estas cosas. El egoísmo y la maldad están en nuestro espíritu, que somos realmente nosotros mismos, y las imperfecciones nos acompañarán todo el tiempo, hasta que digamos ¡basta! A partir de ahí, nos quedará un camino muy largo que recorrer, y entonces viviremos experiencias iguales o parecidas a las que provocamos a nuestros padres y familiares. No olvidemos lo que Jesús nos advirtió: “con la vara que midáis seréis medidos.” Es una de las mayores verdades y realidades de nuestra Doctrina. Nadie escapa a la justicia de la Ley de Causa y Efecto.
A veces tenemos que pasar mucho tiempo en la Espiritualidad; sea en el Umbral o en otras zonas, para que comprendamos la realidad de nuestros errores; nuestra ingratitud y otras imperfecciones, para desear ser ayudados, y cuando ya no podemos más con el peso de la conciencia, Dios como el mejor Padre, nos mandará a sus Mensajeros a rescatarnos y empezará nuestro recorrido de aprendizaje, de adaptación, de lucidez para que juzguemos nosotros mismos la dimensión de los errores cometidos. Faltarles a unos padres, ser ingratos con ellos, como si fuesen muebles viejos que ya no sirven y que hay que quitar de en medio. No cuidar de ellos en los últimos años de su vida, cuando son más frágiles, cuando estamos invirtiendo el proceso de aprendizaje. Cuando hay que enseñarles a andar, como ellos con paciencia lo hicieron con nosotros, a darles de comer, a vestirlos, bañarlos, sacarles a pasear; cuando no recuerdan lo que fueron y no nos reconocen, llenarlos a besos y dedicarnos a ellos con paciencia y, sobre todo con Amor. Son nuestros padres, y cuando nos faltan, por muy indiferentes que seamos, hay un vacío muy grande en nuestras vidas, y es entonces que valoramos todo cuanto hicieron por nosotros: sacrificios, privaciones, noches sin dormir, etc.
Los padres de otras generaciones vivieron situaciones muy límites; había muy poco en el aspecto material, y seguramente, más de una vez, se privaron de una comida para que comiésemos nosotros. Nos hicieron vestidos y trajes, para que no fuésemos con trapos viejos. Trabajaron en la casa y fuera de ella, para aportar un poquito más de ayuda, para que “a sus hijos no les faltara” lo necesario. Pero los tiempos cambiaron y hoy, no hacen faltan, en su mayoría, sacrificios ni privaciones: nuestros hijos tienen de todo, y cuanto más tienen más quieren y nunca están satisfechos. En esas situaciones la falta es mayor en los padres, que en los hijos. Porque los padres son adultos, han sabido administrar lo poco que tenían, y ahora quieren llenar a los hijos de caprichos y de toda clase de cosas para satisfacerles y que nos quieran más.
Cuando nuestros hijos renacen vienen a aprender, para progresar, para limar odios, antipatías, aversiones, etc., al estar a nuestro lado. Es nuestra voluntad dar a nuestros hijos lo que necesitan y negarles lo que les perjudicará, pero para eso, los padres tendrán que aprender a discernir lo uno de lo otro. En muchas ocasiones los padres se tienen que reeducar, para saber educar a sus hijos. Hijos que son préstamos de Dios, porque nada nos pertenece, y Dios nos pedirá cuenta de lo qué hicimos con esos hijos que, por un tiempo, una vida, estarán junto a nosotros para aprender a ser mejores, y los principios morales de las enseñanzas de Jesús, será lo único verdaderamente útil y necesario, para llegar a la reconciliación y tener una convivencia armoniosa.
Es importante recordar que desde que nacen nuestros hijos, que no tienen reminiscencia del pasado, es importantísimo darles amor y comprensión; cariño y ternura, porque eso les ayudará para cuando llegue la época en que él o ella, empiece a manifestarse en su plenitud: ¡la adolescencia! Del esfuerzo que hayamos hecho por darles una buena educación, buenos ejemplos por nuestra parte, y la ternura que tanto necesitan, resultará exitosa esa existencia o no. Los niños al contacto con el amor, la dulzura, la tolerancia, la disciplina, el recuerdo de unas normas a obeceder y de un hogar tranquilo y en armonía, muchas veces serán seres que en el espacio no nos querían, o no eran receptivos a una reencarnación, o sentían odio por nosotros, con el ejemplo que le demos, con lo citado antes, cambiarán y se encaminarán a una vida digna. Aprenderán a conformarse con lo que tienen y con lo que les falte. Nos respetarán y cuidarán, porque esos fueron los valores que les inculcamos: el amor y la caridad. De lo contrario, será un fracaso para nosotros, y de rebote para ellos también.
Teniendo la Doctrina tan a mano; clara y comprensible, ¿por qué la utilizamos tan poco? ¿O es que estamos engañándonos y no le sacamos ningún provecho a la Doctrina, para crecer nosotros también?
Nuestros familiares, en la mayoría de las ocasiones, están a nuestro lado como hermanos/as, suegros/as, primos, hermanos, etc., por alguna razón: llegar a la reconciliación de enemistades del pasado. En vez de buscar pelear, romper relaciones o cosas aun peores, busquemos en Jesús la orientación en sus enseñanzas: “Amar a Dios por encima de todas las cosas y a nuestro prójimo como a nosotros mismos”.
También tenemos que recordar que, a pesar de tener una familia encarnada, tenemos una familia de Espíritus desencarnados: la Familia Universal. Cuando Jesús dice: ¿quiénes son mi madre y mis hermanos? No desprecia a su familia terrena, sino que le da valor a la familia fraternal que nunca se disuelve y crece cada día más.
Consultemos a nuestra conciencia con honestidad y veamos que nos dice ella al respecto de lo que estamos haciendo con nuestros hijos, familiares y seres cercanos que, si bien hoy no son nuestra familia sanguínea, lo pudieron ser en el pasado.
Como siempre para entender y aplicar las cosas que tanto necesitamos para progresar, demos tiempo e importancia a la reflexión, meditación, examen de conciencia y todo lo que nos sirva, para tener una vida digna y coherente con la Doctrina a la que decimos amar tanto.
Difusión Espírita
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