lCARLOS FUENTES MADRID 02/06/2011 01:00 Actualizado:
Si la prueba del algodón para cualquier canción que aspire a la eternidad es su capacidad para brillar desnuda, apenas voz y guitarra, el corpus creativo de LeonardCohen (Montreal, 1934) se antoja una imprescindible hoja de ruta para comprender a carta cabal al cronista contemporáneo. Cosechada en las calles y cultivada por décadas en la penumbra melancólica de bares y fondas, la obra del vate canadiense retrata con esmero y enjundia los recovecos emocionales que rodean, y en buena medida condicionan, la vida del ser humano. Poeta de talla gigante, Leonard Norman Cohen recibe ahora el Príncipe de Asturias de las Letras por una literatura que abarca el último medio siglo (su primer libro de poemas, Comparemos mitologías, data de 1956), siempre bajo el faro de la cotidianidad y el ejemplo de Yeats, Whitman y otro puñado de luminarias.
Pero la concesión del Príncipe de Asturias es también un acto de justicia histórica para la nunca bien ponderada labor del cronista de arrabal, aquel escritor o músico que devuelve a las calles lo que la calle le confió. Con afección y sentimiento, sin atisbo de autocompasión. Ya lo admitió Cohen, hace una década, tras superar una etapa borrascosa: "Cuando estás golpeando tu cabeza contra una pared, te sientes bien cuando acabas".
"Leer y escribir son sus dos actividades cotidianas", dice el músico Javier Mas
Retratista de la belleza del perdedor, cronista de las ilusiones muertas, Cohen aprendió en su propia casa la poética del desarraigo. Hijo de un emigrante polaco y una judía lituana, se trasladó al Nueva York de los sesenta para frecuentar a Andy Warhol y Joni Mitchell. Muy pronto se puso en manos del productor musical BobJohnston, cerca del que también revoloteaban otros superhéroes de la canción contemporánea, Johnny Cash y Bob Dylan. En 1970 ya estaba sobre el escenario de la isla de Wight, aunque sus canciones llenas de lirismo y melancolía esquivan los patrones fáciles de la revolución silvestre.
Porque Leonard Cohen es otra cosa, es mucho más. Alejado de la mítica del rock, el bardo canadiense se arrimó al folk y al country, y asumió unas herramientas que, vaya paradoja, ahora vuelven a cotizar al alza en este tiempo de galardones. Atrás quedó la crítica oportunista por su manera de no cantar, olvidado quizás por sus recurrentes periodos de introspección y su conversión al budismo, para asumir el rol de monje tranquilo bajo el seudónimo de Jikan (Silencio) en el año 1996.
Prestigio mundial
Popular es quizá el adjetivo más honrado que debe definir su obra
Como un alma en paz lo recuerda hoy Javier Mas, músico aragonés cuya destreza con la bandurria y el laúd le abrió las puertas de la banda que Cohen armó para su gira de regreso a los escenarios en febrero de 2008. "No sé si es curioso o no que a un músico como él le hayan dado ahora el Príncipe de Asturias de las Letras, pero tengo claro que su obra, como músico, escritor y poeta, goza de un gran prestigio en todo el mundo", explica a Público el instrumentista zaragozano, que también apunta algunas claves de la vida íntima de su tutor: "Leer y escribir son dos de las actividades cotidianas en su vida, aunque su dedicación a la música y a los conciertos en estos tres últimos años han sido fundamentales".
Como persona de trato complejo, pero "humilde y generosa" (y aquí generoso pesa en oro, si se valora que Cohen perdió varios millones cuando su exagente le estafó con un fondo de pensiones), ¿estará contento con este premio? "Supongo que le hará mucha ilusión", sugiere Javier Mas, sobre el autor de Songs from a Room, Suzanne, Hallelujah y de los libros Flores para Hitler y Los hermosos vencidos.
Cantautor de música popular, quizá el más honrado adjetivo que debe definir su obra, Leonard Cohen regresará este próximo otoño a España y echará en falta a otro visionario. Con Enrique Morente saltaron los corsés de los idiomas distintos en beneficio de dos almas gemelas. Gracias a Alberto Manzano, que hizo posible aquel encuentro de 1993, el cantaor del Albaicín rescató la vena lorquiana del trovador de Montreal y dotó a sus canciones de vuelo nuevo, rock eléctrico mediante, en el álbum Omega.
Ya no está Morente, qué pena más grande. Pero nos queda su amigo Leonardo. Y las metáforas del hombre de gris que nos canta sobre el fin del amor. Con sus fragmentos del anuncio del fin del mundo.
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