CARLOS CUESTA
22/08/2011
Radicales y farsantes
LA REALIDAD es tozuda. Y mantener una mentira durante demasiado tiempo resulta difícil incluso para unos genios de la demagogia como Zapatero o su igualmente sombrío sucesor, Rubalcaba.
Durante más de cinco años el Gobierno impulsó una gran farsa: la afirmación de que todo aquel que no aceptase los dogmas del presidente no era sino un antipatriota (como afirmó Zapatero), un retrógrado (en boca de De la Vega), un seguidor de la extrema derecha (en palabras de Rubalcaba), o un catastrofista (según la terminología general del PSOE). Daba lo mismo la injusticia del insulto con tal de conseguir el fin deseado: la marginación de los críticos. Su expulsión del entorno de influencia de forma que no quedasen voces capaces de alertar de las barbaridades cometidas por el Ejecutivo. Si el insulto no era suficiente, la dosis de la medicina se incrementaba: desde la retirada de licencias (como le ocurrió a la antigua COPE), hasta el bombardeo a las vías de financiación de las nuevas televisiones díscolas (como le acaba de ocurrir a Veo7).
Hoy, la realidad ha puesto las cartas boca arriba. La Bolsa se desploma; el país recurre al rescate del BCE; los informes de la OCDE hablan de una generación laboral perdida; Alemania y Francia exigen la renuncia a nuestra soberanía económica y plantean la venta de nuestras reservas de oro; las autonomías recortan los servicios sanitarios y educativos; se generalizan los impagos de la administración; los esbirros de Bildu exhiben orgullosos su respaldo a ETA; Garitano generaliza los insultos a las víctimas; crecen las denuncias sobre el plan de acercamiento de presos etarras; y los nuevos e indignados apóstoles de la democracia socialista agreden a peregrinos y familias en una nueva demostración de lo que entienden por libertad de credo.
Hoy, la crítica esgrimida hace más de seis años contra los estatutos de autonomía se hace más que evidente. Las advertencias contra el derroche y la parálisis de reformas se confirman como absolutamente fundadas. Y las voces que se alzaron contra Bildu evidencian su certeza. Hoy, en definitiva, quienes fueron insultados -desde técnicos hasta políticos, asociaciones de víctimas, periodistas o movimientos en favor de la familia- pueden reivindicar con orgullo que no eran ellos los radicales, sino un Gobierno soberbio y enloquecido que ha llevado a la ruina económica e institucional al país.
Y hoy, no sólo por reivindicar el acierto de esa crítica, sino por seguir con ella gobierne quien gobierne, es por lo que las voces críticas como la levantada hace años desde Veo7 ni pueden callarse, ni lo harán. Nos veremos en septiembre
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