MADRE E HIJA
Todo el pasado de ella son tus manos:
treinta amorosos años al fondo de tus palmas.
La has velado a lo largo de la noche:
te tiendes en la cama junto a ella,
tu pecho cálido contra su espalda,
sus cansados cabellos en tu rostro.
La abrazas y le hablas en voz baja
y, mientras, la acaricias.
Son las últimas noches, y sientes el calor
de su cuerpo agotado que tú tan bien conoces.
Ahora aprenderás a cuidarla en la muerte.
Siempre ha sido una niña: debes velar su sueño,
que se va pareciendo, más y más,
a la profunda sombra de alegría
por donde se desliza entre tus manos.
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