domingo, 8 de agosto de 2010
08 de agosto de 2010
Este blog se aleja otra vez de su esencia para extraviarse en el último título de Christopher Nolan, un gigante de la creación cinematográfica que con «Inception» (no muy bien traducida como «Origen») sumerge al espectador en una espiral tan ambiciosa y profunda como bien trazada. Que algo así nos llegue en agosto, sin que el autor hinche el producto para cobrarnos por las gafas y sin necesidad de montar un refrito a partir de algún taquillazo previo, otorga aún más mérito a una obra que incluso en sus imperfecciones resulta majestuosa. ¿Con cuántas películas sale uno del cine con esas ganas irresistibles de ponerse a hablar?
Nolan aparca el Batmóvil (muy bien conducido, pero que nunca dará tanto de sí), escribe un guión original en el más amplio sentido del término y pone a girar sobre sí misma una peonza que a cualquier otro se le vendría abajo al primer soplido. El director de «Memento» cuenta con claridad, no sé si meridiana pero desde luego meritoria, una historia tan compleja que, pese a lo dicho por ahí, no es tan fácil de destrozar a base de spoilers. Apenas hay sorpresas que chafar, la idea sobre la que está construido el filme es tan poderosa que lo aguanta casi todo, incluso alguna indiscreción. «El sexto sentido», un películón, se desmoronaba casi por completo en cuanto un mastuerzo se iba de la lengua.
«Origen», como sabe todo el mundo, se adentra en el desconocido mundo de los sueños, lo que basta para que lo más leídos comparen este título con Buñuel, David Lynch o Spike Jonze. Como quieran. Como si hubiera que elegir. Unos y otros tienen cosas de las que carece Nolan, quien a cambio logra que las carreteras perdidas de su mente no conduzcan nunca a un callejón sin salida. Al contrario que Lynch, al londinense no se le va nunca la cabeza, por más curvas que imagine su retorcida mente. Lo que es mejor, logra que el espectador no descarrile si permanece atento y con el cinturón de seguridad puesto. Se podrá argüir que su cine es menos arriesgado, probablemente con razón, pero si el riesgo consiste en estrellar el bólido contra una pared de hormigón, en fin...
Las ideas de Nolan no son todas nuevas (¡por supuesto!), pero sí sugerentes, y las reviste con los medios que permite una superproducción, mérito nada menor y una necesidad que algunos de los mejores creadores nunca terminaron de dominar. El reparto no es menos excepcional. «¡Qué bien se le da a Di Caprio estar dentro de su propia cabeza!», resume Oti con su habitual puntería. En efecto, aunque el último ejercicio de Scorsese, fascinante, descarrilaba un tanto después de su no tan bien medido volantazo.
Con 23 años, Ellen Page hace creíble y nada pedante el personaje más inteligente. El resto del elenco cumple con matemática precisión su cometido. Sólo echo en falta algún minuto más para el gigante Pete Postlethwaite. Tiene gracia hasta el detalle de utilizar la canción «Non, je ne regrette rien» en una película con Marion Cotillard.
Por ponerle algún pero, me sobraron balas en el último tramo. Y a la idea que intentan inocular en la mente de Cillian Murphy le falta un punto de cocción. Es cierto que el ritmo progresivo de la trama no desentona con el trepidante desenlace, pero creo que la historia habría quedado más redonda con un final más intelectual, menos de acción jamesbondiana. Como todo lo anterior, esto es opinable. La ambigüedad final, en cambio, me parece magistral.
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