domingo, 21 de junio de 2015

Todo está prohibido en el Estado Islámico


Los huidos de Ramadi, en Irak, cuentan cómo es la vida cotidiana bajo las normas del Califato
ÁNGELES ESPINOSA Bagdad 21de junio 2015

No teníamos libertad; ni siquiera podía fumarme un cigarrillo”, responde Hamed cuando se le pregunta cómo le afectó la llegada del Estado Islámico (EI) a Ramadi, la capital de la provincia iraquí de Al Anbar. Puede parecer una nimiedad cuando uno se ha convertido en refugiado dentro de su propio país, pero da una idea del nivel de control social al que aspira el autoproclamado Califato. Como cientos de miles de iraquíes, Hamed y su familia terminaron abandonando su hogar cuando perdieron la esperanza de que las fuerzas gubernamentales pudieran frenar a los yihadistas.

“En dos incursiones anteriores, nos refugiamos en un pueblo cercano y regresamos a Al Tamim [su barrio] días después, cuando el Ejército lo recuperó, pero cuando entraron el mes pasado ya no teníamos dinero y aguantamos dos semanas esperando a que volvieran los soldados”, explica Hamed sin ocultar la decepción por la retirada de las fuerzas gubernamentales.

A los 51 años, este padre de seis hijos que trabajaba como taxista ha perdido su casa, su medio de vida y hasta querían quitarle el único vicio que podía permitirse, el tabaco. “Todo está prohibido, sobre todo para las mujeres”, señala su esposa, Karima, de 39 años, que cuenta que no podía salir sola a la calle. Poco a poco fueron desapareciendo los abastecimientos y servicios. “Cerraron las tiendas y la comida empezó a escasear”, añade. Además, empezaron los bombardeos aéreos. De ahí que escaparan hacia el sur y, tras 12 días en un campamento en Ameriyat Faluya, se hayan reunido con otros familiares en este campo de desplazados de Al Dora, un barrio suní del sur de Bagdad.



Karima y Hamed, al igual que el resto de los desplazados de la provincia de Al Anbar, son suníes, la misma rama del islam a la que se adhieren los seguidores del EI. Y sin embargo, discrepan de la interpretación que los yihadistas hacen de su religión. No son los únicos. Un poco más al sur, en el campamento de desplazados de Al Salam, gestionado por una cofradía sufí, varios seguidores de esta corriente mística del islam denuncian sus agresiones. “Han destruido nuestros templos en Al Anbar, Nínive, Saladinn y Diyala, también han apresado a algunos de nuestros líderes religiosos”, declara Adawiya Saleh, de 40 años. “Matan a la gente, sobre todo a los jóvenes que se niegan a unírseles”, agrega compungida.

La violencia de los yihadistas del EI contra las minorías se hizo patente en junio del año pasado cuando, tras tomar Mosul, llevaron a cabo matanzas de yazidíes y agresiones contra cristianos, shabak o kakais que las organizaciones de derechos humanos tacharon de limpieza étnica. Pero el mensaje que dejaron claro desde el principio fue que para los chiíes no había perdón. Se erigían en protectores de la comunidad suní y declaraban la guerra al Gobierno de Bagdad, dominado por los chiíes desde el derribo de Sadam porque son mayoría en Irak. Aún así, muchos suníes discrepan de ese uso de la religión como instrumento de control social.

“Cambiaron todas las normas, de repente todo se convirtió en haram [pecado]  Las mujeres teníamos que cubrirnos hasta la cara”, apunta Anwar, una suní de 29 años, que también escapó de Ramadi con su marido y dos hijos hace un par de semanas. Varias mujeres que como ella están aseándose en una de las fuentes instaladas por Unicef respaldan sus palabras. Sólo recordar a los barbudos les produce repulsión. “Iban armados con pistolas y cuchillos, muchos llevaban máscaras para que no les reconociéramos”, afirman.

“Mientras no te metas con ellos, no tienes problemas”, asegura Omar, un estudiante de Medicina en la Universidad Al Maamun de Bagdad, antes de regresar a su casa en Al Qaim, en la frontera con Siria, al acabar el curso. Admite que “han impuesto restricciones, en especial a las mujeres”, pero insiste en que “la vida transcurre normal”.

La mayoría abandona sus casas antes incluso de que lleguen los que describen como “terroristas”, ya que su fama les precede. Gracias a una astuta utilización de la propaganda crean el pánico. “El EI no necesita muchos soldados. Con unas pocas decapitaciones selectivas, consigue que la gente huya despavorida”, constata Lise Grande, la coordinadora humanitaria de la ONU para Irak. Pero no todo el mundo se siente intimidado. Por simpatía, falta de alternativas o indiferencia, hay gente que se ha quedado a vivir en las zonas bajo el control del EI. Huyen los miembros de las fuerzas de seguridad y sus familias, así como las minorías o los adinerados que pueden establecerse en otras regiones de Irak, principalmente el Kurdistán. La mayoría de quienes se quedan son árabes suníes que tratan de seguir con sus vidas y hasta llegan a sentirse más seguros respecto a la violencia precedente. A menudo, temen más al Gobierno central y a las milicias chiíes en las que se apoya para combatir a los yihadistas que al propio EI.


leer mas: el pais

No hay comentarios: