Madrid
El lujo de vivir renace en Serrano Decenas de miles de personas se sumaron al renacimiento de Serrano en una fiesta con nombre de calle de primera. La multitud dio feliz carpetazo a dos años de obras
ROSA BELMONTE
Día 26/09/
Ayer la calle Serrano se vistió de fiesta, como en la canción de Serrat. Parecía Navidad pero con buen tiempo y las aceras más anchas. Y eso que la principal arteria comercial de Madrid ya las tenía hermosas, nada comparado a la angostura de Fuencarral, la rival moderna en el negociado de estilo y moda. Es verdad que todo ese espacio también ha permitido que la emblemática calle del Barrio de Salamanca sea emblemático escenario de alunizajes de película. Por el suculento botín y por la anchura para tomar carrerilla. En Fuencarral no se aluniza. Por algo será. Dicen que si Fuencarral fuera una mujer sería Kate Moss. Si Serrano fuera una mujer sería la intemporal y elegante Suzy Parker.
Tras dos años de obras que también parecían intemporales, la calle que toma su nombre del general Francisco Serrano y Domínguez (vivía en el número 14) ha sido inaugurada con una especie de Very Important Pedestrian Day a lo londinense. El año pasado, la primera vez que se celebró eso tan difícil de recordar de la Fashion’s Nigh Out organizada por «Vogue», adentrarse por Serrano desde Ortega y Gasset era como entrar en Sarajevo de noche. Que un joyero falleciera en una zanja es prueba del desastre urbano que durante tanto tiempo ha tenido que soportar el ciudadano madrileño. Bueno, el madrileño y cualquiera, porque todo el que viene de fuera acaba en Serrano y sus alrededores (lo que tan pomposamente se denomina la «milla de oro»).
Pero es que fue así desde sus orígenes. No es sólo que el general Serrano que da nombre a la calle fuera gaditano, es que el Marqués de Salamanca, que impulsó la construcción del barrio, era malagueño. El Barrio de Salamanca nació a mediados del XIX gracias al banquero José de Salamanca y Mayol, cuya idea era hacer de esa extensión que iba de la Puerta de Alcalá a la fuente de la Castellana, una especie de Faubourg Saint Germain con grandes manzanas y atractivos jardines. Al principio la calle se llamó bulevar Narváez (enemigo de Salamanca) pero pasó a denominarse Serrano tras la revolución de 1868. Hasta hoy.
Ayer, Serrano fue tomada por los peatones. Estaba atravesada por una alfombra magenta, aunque para mí que era rosa (y debería haber sido naranja, que así era en el Monopoly, donde costaba 20.000 pesetas). Todas las tiendas estaban abiertas, hasta las que cierran a mediodía, como la exquisita Ordning & Reda (si uno es yonqui de la papelería, éste es su sitio). Y las actividades se sucedían. Desde una especie de escalextric por donde circulaban y volcaban «minis» a un stand de Pocoyó u otro donde jugar sin mandos a los videojuegos, pasando por una exposición de fotografías de ABC donde se podía contemplar la calle como era antes, mucho antes (hay una de los años 50 donde se ve a gente sentada en una terraza y casi sobre escombros porque entonces también estaba levantada).
Jolgorio omnipresente
A la altura del antiguo edificio de ABC, obra del arquitecto López Salaverry e inaugurado en 1889, donde nuestra redacción trabajó nueve décadas, había gente en bicicleta. El Reebok Sports Club, con sede en el actual Centro Comercial ABC Serrano, organizó clases de «spinning». Las primera filas las ocupaban lo que parecían uniformadísimos friquis del gimnasio; las otras, niños y abuelos vestidos de calle que se unían a cualquier tipo de jolgorio.
Porque eso era ayer la calle. Una juerga con música a todo volumen y DJ’s cada cincuenta metros; con algún perrofláutico trasladado desde cualquier rincón de la Puerta del Sol o la Plaza Mayor con su disfraz de torero; con tiendas y restaurantes llenos; con dificultad para caminar (era como Navidad en Preciados); con colas en los baños de El jardín de Serrano. Era como mezclar en una calle y en la misma jornada la Feria del Libro, Cortilandia, la Fashion Nigh Out y un final de etapa de la Vuelta a España. Todo con aire de verbena fina pero a reventar...
Cajas impensables
Sobre las ocho de la tarde el gentío era impresionante. Se sentía una como Ingrid Bergman en «Te querré siempre», arrastrada por la multitud (sin que George Sanders viniera a rescatarte). Y no sólo eran las calles, las tiendas estaban llenísimas y haciendo cajas impensables. Hasta las diez de la noche. Se quitó la moqueta magenta (o rosa), los coches volvieron a invadir su calzada y ya tenemos que cruzar otra vez por los semáforos.
Se ha vuelto a la normalidad. Pero a una normalidad extraordinaria. Habrá merecido la pena. La calle Serrano, estandarte del mejor comercio, está más bonita que un San Luis. Ya no miraremos con pena y risa los carteles de «Se alquila» en pisos con vistas y oídos al polvo y ruido más infernales. Ahora volverá a ser un lujo vivir ahí. Y pasear. Y comprar. Y hasta ver escaparates, eso que ya no se estila.
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