domingo, 19 de octubre de 2014
El laboratorio de las tres religiones
El municipio francés de Sarcelles, poblado a base de oleadas de inmigrantes y refugiados judíos, musulmanes y cristianos, se fractura ante el miedo a atentados yihadistas
Francia está en alerta y ha reforzado de manera ostensible su seguridad. Hay razones de peso para ello. Una vez iniciados los primeros bombardeos contra el Estado Islámico en Irak, el 19 de septiembre, los yihadistas convocaron al mundo a una cruzada contra los “sucios franceses”. Cinco días después asesinaban en Argel al montañero Hervé Gourdel. Llueve sobre mojado. De Francia han partido un millar de combatientes yihadistas. Algunos han vuelto y han matado. Los judíos son su blanco preferido. Pero Francia quiere mantener su tradición de acogida y su apuesta por la diversidad. Un municipio llamado Sarcelles, donde se registra la mayor concentración de judíos, cristianos caldeos (provenientes de Oriente Próximo) y musulmanes, desafía al miedo. Es un laboratorio de convivencia pacífica en el que ahora se vive una tensión soterrada.
La gran sinagoga de Sarcelles parece una fortaleza. No se puede aparcar junto a ella y un coche de policía vigila desde la acera de enfrente. Jóvenes que cubren su cabeza con la kipá, la gorra ritual del judaísmo, pasean por los alrededores. Dentro, un empleado explica que gracias al sólido perímetro del templo, los alborotadores no pudieron entrar en julio pasado, cuando, tras una manifestación propalestina, unos exaltados se dedicaron a romper e incendiar establecimientos judíos de los alrededores.
En Sarcelles, situado a 30 kilómetros al norte de París, la concentración de judíos es de las más altas de Francia, un país que acoge a su vez a la comunidad más numerosa de Europa (600.000). Fueron llegando de Argelia y de todos aquellos lugares del mundo donde se sintieron perseguidos. Ahora, su alcalde, judío también, se dice verdaderamente preocupado por que el próximo atentado se cometa en esta ciudad-laboratorio empeñada en las últimas semanas en acoger a los cristianos caldeos perseguidos en Irak por el Estado Islámico. Estos cristianos, llegados también huyendo de amenazas diversas, son la segunda comunidad en importancia de Sarcelles. La tercera es la musulmana.
Sarcelles, tan cerca de París, parece otro país. La estación del tren de cercanías está rodeada de tenderetes con todo tipo de artículos baratos regentados por gentes de diversas razas. Solo algunos hablan francés. Esta es una ciudad-laboratorio poblada a base de oleadas de emigrantes y refugiados. La preeminencia de los judíos le ha valido el sobrenombre de la pequeña Jerusalén. Es, en fin, como dice el alcalde, el socialista François Pupponi, un objetivo perfecto para los yihadistas franceses que vuelven radicalizados de Siria. El último de ellos, Mehdi Nemouche, prefirió, sin embargo, viajar en mayo hasta Bruselas para matar a cuatro personas en el Museo Judío. Dos meses más tarde, durante la guerra de Gaza, estalló la tensión en Sarcelles, con ataques a objetivos judíos, aunque también se destrozó una carnicería musulmana.
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